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Estimados amigos os envio la 1ª parte del articulo sobre combustion espontanea. Saludos de Miguel Alcaraz

La Combustión Espontánea (Parte 1)


Entre todos los destinos inexplicables que pueden aguardar a una persona, quizás el más extraño sea el de arder inesperadamente, sin que ninguna causa aparente lo justifique. A este fenómeno se le ha intentado dar varias explicaciones racionales... pero nadie lo ha conseguido.

Desde hace mucho tiempo, la gente cree que en ciertas circunstancias el cuerpo humano puede arder por decisión propia. Las llamas, además, son tan terribles que en pocos minutos la víctima queda reducida a un montón de cenizas carbonizadas. Esta creencia -algunos la llaman superstición- existe desde hace siglos y se basa en la idea del castigo divino contenida en el libro de Job. Este fenómeno fue muy popular en los siglos XVIII y XIX, y entre otros, el famoso novelista británico Charles Dickens se sintió fuertemente atraído por el tema. Dickens había examinado los casos de combustión espontánea humana (que abreviaremos combustión espontánea humana ) como podría hacerlo un juez, conocía la mayor parte de los primeros casos, y describió algunos de ellos en sus obras (por ejemplo, la muerte de Krook en La casa desierta, escrita en 1852-53).

La muerte de la condesa Cornelia Bandi, de 62 años, acaecida en abril de 1731 cerca de Verona, es uno de los primeros informes fiables de combustión espontánea humana . Según parece, la condesa se había acostado después de cenar y se quedó dormida después de conversar varias horas con su doncella. Por la mañana, la doncella volvió a despertarla y presenció una escena horripilante. La habitación estaba cubierta de hollín y el suelo cubierto de un líquido pegajoso; de la parte inferior de la ventana goteaba un extraño líquido amarillo y grasiento, que hedía de forma poco usual. La cama, que no había sufrido daños, tenía las sábanas vueltas, indicando que la condesa se había levantado. A un metro y medio de la cama había un montón de cenizas, dos piernas intactas, con medias, entre las que yacían el cerebro, la mitad de la parte trasera del cráneo, el mentón y tres dedos ennegrecidos. Todo el resto eran cenizas que si se tocaban dejaban en la mano una humedad grasienta y hedionda.

Quizá la característica más común de la combustión espontánea humana sea la gran velocidad con que se produce. Muchas víctimas fueron vistas con vida pocos momentos antes de que el fuego sobreviniese desde la nada. Un cirujano italiano, Battaglio, relató la muerte de un cura llamado Bertoli, en la ciudad de Filetto, ocurrida en 1789. Vivía con su cuñado, y en cierta ocasión se hallaba solo leyendo un libro de oraciones en su cuarto. De pronto se le oyó gritar. Los que acudieran en su ayuda le encontraron en el suelo en vuelto en una pálida llama que se apagó al acercarse ellos.

Bertoli llevaba una túnica de tela de saco de bajo de sus vestidos, cerca de la piel, y en seguida se comprobó que la ropa de encima se había quemado dejando intacta la túnica. De bajo de la túnica, la piel del tronco no estaba quemada, pero colgaba de la carne a jirones. Algunos autores deducen que el fuego debe desarrollarse con extrema rapidez, puesto que las víctimas se hallan a menudo sentadas tranquilamente, como si nada hubiese ocurrido.

Otra característica casi universal de la combustión espontánea humana es la extrema intensidad de calor que genera. En circunstancias normales es muy difícil quemar un cuerpo humano, máxime si está vivo, y los cuerpos de las personas que mueren envueltas en llamas normalmente sólo sufren daños parciales o superficiales.

Todos los expertos afirman que la reducción de un cuerpo humano a un montón de cenizas calcinadas requiere una gran cantidad de calor, y que se debe echar combustible y mantener el fuego durante horas: a pesar de ello, los crematorios suelen incluso moler los huesos que quedan. A raíz de un caso de combustión espontánea humana , el doctor Wilton M. Krogman, antropólogo forense de la Universidad de Pennsylvania, declaró que había visto cuerpos quemando en un crematorio durante 8 horas a 1.110°C sin que hubiese ningún indicio de que los huesos se calcinasen o se hiciesen polvo, y que se necesita una temperatura de unos 1650 °C para que los huesos se fundan y se volatilicen. En el caso de Léon Eveille, de 40 años, que fue encontrado completamente quemado en el interior de su cocombustión espontánea humana cerrado en Arcis-sur-Aube (Francia) el 17 de junio de 1971, el calor había fundido los cristales del cocombustión espontánea humana . Se calcula que un cocombustión espontánea humana al quemarse alcanza una temperatura aproximada de 700 °C, pero que para que se funda el cristal la temperatura tiene que superar los 1.000 °C.

En los casos de combustión espontánea humana nos encontramos repetidamente con otro extraño fenómeno: la localización del calor. Los cuerpos abrasados se hallan estirados en camas intactas, sentados en sillas ligeramente quemadas o con los vestidos en perfecto estado.

En 1905 el British Medical Journal relató la muerte de "una anciana señora de costumbres extravagantes". La policía irrumpió en una casa de la que salía humo y encontró: un pequeño montón piramidal de huesos humanos calcinados encima del cual se hallaba un cráneo, en el suelo y delante de la silla. Todos los huesos habían sido completamente quemados y carbonizados; cada partícula de tejido blando se había quemado, y sin embargo un mantel que estaba a tres pies de los restos se hallaba intacto... Curiosamente, el techo estaba también quemado, como si la mujer se hubiese convertido en una antorcha de fuego.

Charles Fort, uno de los principales interesados en estos temas, narra en sus Obras Completas (1941), dos casos asombrosos. El primero, recogido por el Daily News el 17 de diciembre de 1904, describe cómo la señora Cochrane, de Falkirk, fue encontrada muerta por quemaduras en su habitación y "totalmente desfigurada". No se oyó ningún chillido, y muy pocos objetos resultaron quemados. El fuego no estaba encendido. Se encontró su cuerpo carbonizado "sentado en una silla, con cojines a su alrededor". El segundo caso, relatado en el Madras Mail del 13 de mayo de 1907, se refiere a una mujer del pueblo de Manner, cerca de Dinapore. Se había quemado su cuerpo, pero no sus vestidos. Dos guardias la encontraron en una habitación intacta, y llevaron el cuerpo aún ardiente al Magistrado del distrito.

En 1841 el British Medical Journal publicó el discurso que el doctor F. S. Reynolds dirigió a la Sociedad Patológica de Mancombustión espontánea humana ster en relación a la cuestión de la combustión espontánea humana . A pesar de que rechazaba la idea de la combustión espontánea, admitió la existencia de casos desconcertantes, y citó un ejemplo extraído de una experiencia personal: una mujer de cuarenta años que había caído cerca de una chimenea. Fue encontrada a la mañana siguiente, aún ardiendo. Lo que le sorprendió fue el daño que habían sufrido las piernas: el fémur estaba completamente carbonizado y envuelto en unas medias intactas; las articulaciones de las rodillas estaban abiertas.

Algunos especialistas en combustión espontánea humana se han planteado el hecho de que las víctimas no griten ni lucombustión espontánea humana n. Es algo más que un simple quemarse: existen algunos elementos psíquicos que preceden o acompañan a este hecho y que podrían explicar la apatía o incapacidad por parte de las víctimas supervivientes de explicar lo que les ocurrió. Así por ejemplo, el Huil Daily Mail del 6 de enero de 1905 describió cómo una anciana mujer, Elizabeth Clark, fue encontrada una mañana con quemaduras mortales, sin que su cama, en un hospital de Hulí, registrase marcas de fuego. No se había oído ningún grito ni ruido de lucha a través de las mamparas. La mujer fue "incapaz de dar un relato coherente" de su accidente, y murió poco después.

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